Ahí estaba, observándole, expectante. Cierto, estaba al otro lado del acuario, pero el reflejo cruel en los ojos del tiburón decían algo completamente distinto, y fue entonces cuando un escalofrío que empezaba en las puntas de los dedos de los pies se extendió lenta pero inexorablemente por el resto de su cuerpo. Alberto ya no sabía quién estaba a qué lado del acuario (¿pecera?), y la boca del escualo parecía que se iba a cernir sobre él de un momento a otro…
¡Pasadle por la quilla, al muy rufián! El pirata, con cara de pocos amigos y garfio de menos aún, no se andaba por las ramas. Antonio no recordaba muy bien qué había hecho, que letal pecado había cometido, qué código de honor violado o doncella… ¡menos lobos! Pero estaba muy, pero que muy claro que los due;os de las aletas que se veían allí abajo, mecidas por un oleaje negro y frío a la par, no se iban a entretener mucho en explicárselo. La punta del sable del corsario acariciaba ya su ombligo, y dos opciones quedaban nada más… saltar de una pieza o saltar desangrándose, para jolgorio de sus amigos los de los dientes afilados…
La cuchilla se estaba acercando poco a poco, bailando al son del reflejo de la luna. Atado de pies y manos, Fermín recordó aquel cuento de Poe y se preguntó si habría algún inquisidor al otro lado de la puerta, o si vendrían los franceses a rescatarle. O si la cuchilla, en este baile desgarrado (no, desgarrado no – ¡maldita sea, no pienses en ello!) pondría fin a lo que hasta ayer había sido una vida plena, corta, pero intensa y, sobre todo, divertida y feliz. Pero ese ruido en la puerta… ¿toc toc? ¿Los franceses, entonces…?
¡Alberto, arriba, no seas perezoso!
¡Antonio, que vienen las burras de la leche!
¡Fermín, vamos, los regalos!
Los tres se despertaron al unísono. Tras la ventana se veía nieve en Getafe, el sol brillaba radiante, y era día 25. Navidad.
Pesadilla Antes de Navidad
Feliz Navidad a todos y Próspero A;o Nuevo!!