Esto va de los libros que leo, de los que me gustan y también de los que no.

jueves, 25 de marzo de 2010

Rallada antes de Semana Santa

Maletas, maletas, maletas. Asco de maletas, de aquí para allá, de allá para acá, haciendo de las semanas un mero crucero de gente enfadada, pasillos estrechos y comida en táper de papel albal. Pensando siempre en ella, en ella, en ella… cada página que pasas, cada capítulo que cierras, cada libro que terminas. Llámalo Orwell, llámalo Murakami, llámalo X. Llámalo Bolaño. Llámalo llanto, llámalo aburrimiento, llámalo desesperación, llámalo frío, frío del que se mete entre la piel y los huesos y te agarra para no dejarte, para que no te escapes, para que no des un paso más. Llámalo desesperación. Llámalo impotencia.

Maletas, decía. Todas iguales, odiosamente iguales, repetitivas y taciturnas como sólo una maleta sabe ser. Una maleta no deja de ser otra cosa que un síntoma de una huída, de un paso hacia adelante. ¿De unas vacaciones? Quizá, de unas vacaciones también, pero las menos veces, no nos llevemos a engaño: una maleta implica dejar algo atrás que te puede gustar o no, pero que crees que debes dejar atrás. Crees o quieres creerlo, da igual, encarecidamente, y en cualquier caso eso es lo que cuenta: el desgarro del salir por la puerta y no mirar atrás por miedo a darte cuenta de que te estás equivocando, estás tirando por la borda el único chaleco salvavidas que queda en el barco y el capitán se ríe de tí a carcajada batiente.

Pongámonos en situación. Mañana empiezan mis vacaciones de Semana Santa. En los altavoces, quejumbrosos por culpa de un volumen excesivo, suenan aleatoriamente Pearl Jam, los Planetas y Nine Inch Nails. Suena Un Buen Día y me pongo triste, suena Fragile y me pongo melancólico, suena Alive y una sonrisa se agarra a lo más profundo de mí. Hacía tiempo que quería hacer esto: escribir línea tras linea prometiéndome no leer la anterior, volcar en un trozo de papel cualquier sin sentido que se pase por mi cabeza tras tres pintas de cerveza y un par de conversaciones por el chat de las que te desencajan los adentros. Pearl Jam, qué grandes. Hay tres canciones que considero han marcado mi vida de alguna forma, a saber:

Alive, de Pearl Jam. La canción. La que definió mis quince y dieciséis, bebiendo cerveza en un tugurio en Getafe, saltando en la casa de Chus y creyendo que me iba a comer el mundo. La que me sigue poniendo los pelos de punta, la que me hace reir y llorar, la que me hace creer y consigue que el sarcasmo se esconda debajo de debajo de la sábana.

Last Nite, de los Strokes, la canción de mi Erasmus, el año que cambió mi vida, nunca sabré si para bien o para mal, aunque intuyo que en esto tuve más suerte de lo habitual. No recuerdo ninguna noche que considerase mala cuando los Strokes están ahí, al pie del canon. No porque no haya habido noches malas – sino porque no me acuerdo.

Amelie, de Amy Whinehouse. La canción de mi vuelta a London, de aquellas noches en el Metro bar, de aquellos abrazos etílicos con mi hermano, cuando aún salía con Susana y mi vida no sólo parecía perfecta sino que además lo era. Y no sólo lo era, sino que lo era.

Curiosamente, no tengo muy claro cuál será la siguiente. En función de cómo acabe la película que estoy viendo en los últimos tres meses, podría ser Lithium, de Nirvana. Pero algo me dice que no lo va a ser, que me entretengo demasiado en la fotografía y poco en los subtítulos, y que me puedo y me voy a dar todos los cabezazos contra la pared que quiera, que no va a ser. No va a ser. Entérate de una vez, idiota. No va a ser. Y además, ¿por qué dices “curiosamente”? ¿Qué tiene de curioso? Nada. Nada es la respuesta a todo, curiosamente.

Sé racional. Ya, claro. Gana la Liga, métele tres goles al Lyon, no te corras tan pronto. Deja de fumar. Sé racional. Olvídala. Dedícate a lo que te gusta, escribe los fines de semana, escribe un relato. Deja la cerveza. Olvídala. Vete a Viena, queda con Prilinger y disfruta de un maravilloso fin de semana viendo la nieve caer escondido entre un par de pechos y un nórdico de plumas, y caro. Cómo nos gusta imaginarnos que todo tiene solución, que todo es tan sencillo como tomar la decisión correcta, que todo es rosa y si no es rosa es porque no nos ponemos las lentillas que debemos. Cómo nos encantan, las frases hechas, los proverbios y los refranes, la sabiduría enlatada, el si yo puedo tú también. Yes We Can, que diría el otro. Y mientras tanto, psicología de baja intensidad: Sé Racional. No puedo. No puedo. ¡No puedo, joder! Y peor, o qué cojones, mejor: no quiero. Así que déjame vivir, déjame sentir, déjame rozar la infelicidad cada vez que pase por mil lado, porque al menos así siento que estoy vivo, que respiro, que algo late ahí dentro y que late al ritmo que ese maravilloso afuera le va marcando. Y no tengo ninguna intención de olvidarla, que te den. Tiene 23 años y no la voy a olvidar, si no te gusta, cómprate un perro. O mejor, olvídame.

Voy a postear esto, tal cual está – no tengo ni ganas ni tiempo de releerlo, y en cualquier caso, me da un poco igual, no nos llevemos a engaño. Y si a mi me da igual, a ti te debiera dar igual también, y si no, pues una lástima, cómprate un perro tú también. Y soy consciente de que es un sinsentido, probablemente, pero es lo que tres cervezas y una maleta recién hecha me susurran al oido. Y el susurro de tres cervezas es uno que nunca supe ignorar, mal que le pese a alguien.

jueves, 7 de enero de 2010

5 de Enero, Un Buen Día ;)

Me he despertado casi a las diez
y me he quedado en la piltra
casi catorce minutos,
y no ha merecido la pena…

Lluvia ahí afuera, cancela el pádel,
otra cosa se hará,
para eso aún es festivo.
He levantado a mi hermano,
y le ha parecido temprano.

Hemos enfilado hacia el metrosur,
Y nos hemos pirado
a echar unos cuantos billares,
le he dado una buena paliza.

Café con ca;a, y luego a Leganés
A zamparnos un menú
De arroz con bogavante,
Hacía tiempo que no me empachaba,
Lo menos cuarto de semana.

Después unas copas de sobremesa
Y luego al fisio que toca
que me tocase la espalda,
No me enteraba de nada
Y mira que él apretaba.

Había quedado de nuevo hacia las diez,
En casa Vero, cenita,
Con los amigos de siempre,
Con los que quedaba contigo,
Hemos bebido mucho vino.

He estado con éstas hasta las siete
Y nos hemos metido
Cuatro millones de copas.
No he parado de pensar en ti
hasta que he llegado a casa,
y ya no he podido dormir
hasta que he echado el ancla.

5/01/2010

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Pesadilla Antes de Navidad, Alejandro Serrano

Ahí estaba, observándole, expectante. Cierto, estaba al otro lado del acuario, pero el reflejo cruel en los ojos del tiburón decían algo completamente distinto, y fue entonces cuando un escalofrío que empezaba en las puntas de los dedos de los pies se extendió lenta pero inexorablemente por el resto de su cuerpo. Alberto ya no sabía quién estaba a qué lado del acuario (¿pecera?), y la boca del escualo parecía que se iba a cernir sobre él de un momento a otro…

¡Pasadle por la quilla, al muy rufián! El pirata, con cara de pocos amigos y garfio de menos aún, no se andaba por las ramas. Antonio no recordaba muy bien qué había hecho, que letal pecado había cometido, qué código de honor violado o doncella… ¡menos lobos! Pero estaba muy, pero que muy claro que los due;os de las aletas que se veían allí abajo, mecidas por un oleaje negro y frío a la par, no se iban a entretener mucho en explicárselo. La punta del sable del corsario acariciaba ya su ombligo, y dos opciones quedaban nada más… saltar de una pieza o saltar desangrándose, para jolgorio de sus amigos los de los dientes afilados…

La cuchilla se estaba acercando poco a poco, bailando al son del reflejo de la luna. Atado de pies y manos, Fermín recordó aquel cuento de Poe y se preguntó si habría algún inquisidor al otro lado de la puerta, o si vendrían los franceses a rescatarle. O si la cuchilla, en este baile desgarrado (no, desgarrado no – ¡maldita sea, no pienses en ello!) pondría fin a lo que hasta ayer había sido una vida plena, corta, pero intensa y, sobre todo, divertida y feliz. Pero ese ruido en la puerta… ¿toc toc? ¿Los franceses, entonces…?

¡Alberto, arriba, no seas perezoso!

¡Antonio, que vienen las burras de la leche!

¡Fermín, vamos, los regalos!

Los tres se despertaron al unísono. Tras la ventana se veía nieve en Getafe, el sol brillaba radiante, y era día 25. Navidad.

Pesadilla Antes de Navidad

Feliz Navidad a todos y Próspero A;o Nuevo!!

viernes, 19 de junio de 2009

Farewell, My Lovely, Raymond Chandler

Prácticamente todo lo que en su día escribí de The Big Sleep aplica igualmente a esta novela, por lo que esta va a ser una entrada más bien cortita, que estamos a viernes. Una vez superado el impacto inicial que me produzco aquella (el estilo, el género, la trama, los clichés noir), el regusto que deja esta segunda es incluso aún mejor, como los buenos maltas. Conforme uno se va dando cuenta de que lo de la primera novela del señor Chandler no fue fruto de casualidad y de que es muy capaz de mantener el nivel o incluso incrementarlo en obras posteriores, mi admiración por el autor no hace más que crecer y crecer. En lo que a mí concierne, que por otro lado es de lo que he venido a hablar aquí, de mi libro, Farewell My Lovely es incluso mejor que The Big Sleep. La trama está mejor hilada, con más continuidad y, más importante aún, menos giros de dudosa credibilidad. Con un final que esta vez sí tiene todo el sentido del mundo y que cierra la novela de forma sublime, o mejor dicho, redonda.

Y es que una vez leídas dos, me da la impresión de dos o cuarenta la estructura de las novelas del autor tiende a ser circular, empezando en un punto (típicamente un personaje, en este caso Moose Malloy, en The Big Sleep Carmen), y siguiendo el comportamiento de una peonza: según se desencadena el primer golpe inicial, la trama va girando poco a poco, en círculos cada vez más amplios, y complicando la trama hasta que ese primer punto de partida se pierde totalmente de vista, oculto por tramas secundarias que en el fondo no lo son tanto, sino agregados que contribuyen a enraizar la investigación y hacerla lo suficientemente interesante como para que sobre ella se escriba una novela. En la parte final del libro, lenta pero inexorablemente, antes de que la peonza pierda toda tracción y se deposite impotentemente en el suelo, el autor vuelve siempre a ese personaje inicial, que resulta ser la clave que da sentido a todo lo hasta entonces relatado. Y en cuatro o cinco páginas, al final del todo, se resuelven todos los dilemas pendientes, y el bueno de Marlowe hace un par de reflexiones de cara al tendido, cigarrillo y petaca en mano como mandan los cánones.

La trama, tratando de no destripar nada al que se anime a una sesión de Bourbon, consiste fundamentalmente en el desarrollo en paralelo de dos casos distintos: un asesinato por parte de un gigantón, en presencia de Marlowe, y otra muerte, en este caso de un snob que contrata al protagonista para realizar el pago de un rescate por unas joyas. Todo ello aderezado de la típica pelirroja, la típica rubia que quita el hipo, un gangster con su timba en su barco, un psiquiatra de lo más turbador, una abuela alcohólica que busca en el fondo de un vaso de ginebra tiempos mejores, y un par de sabuesos, uno listo y otro tonto hasta decir basta.

En definitiva, otra muy buena novela negra que no aporta demasiado respecto a la anterior, ni maldita falta que le hace. Lo bueno, si dos veces, dos veces bueno.

jueves, 11 de junio de 2009

Robert N. Charrette – Just Compensation

Uno de los más gratos recuerdos que tengo en lo que refiere a disfrutar con un libro me hace remontarme a más de diez años atrás, cuando mis padres me regalaron en la feria del libro de Madrid el primer volumen de la trilogía Secretos del Poder, de Charrette: Nunca Pactes con un Dragón.

Pecadillos de juventud, no cabe duda. Aquél libro me hizo descubrir el mundo Shadowrun, que hasta aquel entonces para mí, pertinaz aspirante a freak de los de juegos de rol del estilo de D&D o Lord of he Rings, no era más que otro potencial universo fantástico por descubrir. Siempre había sido un fan de la ciencia ficción, probablemente como evolución lógica desde la saturación por la fantasía épica según vas cumpliendo años y también influenciada por ese, gran momento en el que tus padres te regalan un Spectrum, marcándote por siempre jamás. Pero si rebuscamos un poco en el baúl de los recuerdos lo cierto es que hasta entonces no había encontrado ningún libro de ciencia ficción con el que disfrutase de verdad de la buena, de la de hincharse a pipas saladas hasta que te escuecen los labios. Cierto, había devorado unos cuantos ejemplares de William Gibson, el gurú del Cyberpunk, y aunque el mundo que presentaba este señor era de lo más atrayente y sugestivo, la realidad es que su prosa me parecía en muchos casos más un brindis al estilo y al crítico que un regalo para el lector. Un plasta, vamos, en lenguaje llano del que se entiende. Después, con los años, me he dado cuenta de que cometí un craso error de juicio y de que buena parte de los libros que por aquel entonces me chiflaban del género no dejaban de ser banales, de estar mal escritos y de no sostenerse se cogiesen por donde se cogiesen. Y el señor Gibson, por otro lado, escribe muy bien, todo hay que decirlo.

Sin embargo, Nunca Pactes con un Dragón nunca me decepcionó, ni en su momento ni restrospectivamente. Quiero recordar que en su momento leí hasta tres veces esta primera novel a protagonizada por Sam Verner, en la que se presenta un futuro dominado por Corporaciones (la mítica Renraku Corporation) en el que los Estados como los conocemos ahora no existen, algunos humanos han mutado en pseudo especies como Elfos, Enanos y Orcos, y la magia y los dragones han vuelto para quedarse. En definitiva, se escenificaba en un tocho de quinientas páginas el universo Shadowrun al completo (un juego de rol de ciencia ficción basado en las premisas anteriormente citadas), dotando además a esta ambientación de una trama que te cogía y no te soltaba desde la primera página, zarandeándote incrédulo pero expectante ante un mundo de tecnología carente de credibilidad pero apasionante a la vez. Johny Mnemonic, la película, refleja razonablemente bien el mundo al que me refiero. Lástima que el argumento sea cutre como pocos.

No estoy chalado, aunque lo parezca: mi amigo Chus, una de las personas cuyo criterio en lo que refiere a libros más respeto, y que a día de hoy, como es funcionario y tiene tiempo libre, se dedica a leer libros de filosofía y sociología (Nietzche y demás cosas para valientes), opinaba en su día y opina ahora lo mismo que yo. De ahí mi excitación cuando navegando por la red descubrí que el total de novelas Shadowrun no fue tres, sino más de cuarenta, y que, además de la citada trilogía, el señor Charrette había escrito al menos otros dos ejemplares, Just Compensation uno de ellos.

Una de las bondades de vivir en Londres es que Amazon te cobra muy poquito por los gastos de envío, y en el mercado de segunda mano todo, absolutamente todo, está disponible por cuatro duros a tiro de clic. Un mercado de pulgas, vamos. Y así, en dos días, tuve entre mis manos un apéndice de uno de los tótems de mi adolescencia, con su papel amarillo y su tapa malucha de papel agrietada, como mandan los cánones.

Como no podía ser de otra forma, el libro es más de lo mismo. Y como no podía ser de otra forma, disfruté como un enano todas y cada una de sus páginas. The Matrix (entendida como una red de información), los Deckers, los orcos con su jerga (parece que todos mutaron en una aldea canija de Irlanda a la vez) y sus implantes, Elfos fascinantes, aceleradores de reflejos y nanotecnología que dotan de velocidad extraordinaria a Shadowrunners que, desde la clandestinidad, toman ventaja de los agujeros del sistema para sobrevivir o lucrarse, según las posibilidades de cada uno… hágase usted a la idea. Y claro, definitivamente, esto no es literatura, ni mucho menos.

Viendo la ilustración de la portada (me ahorro la descripción) eso ya lo sabe uno, no hace falta ni abrir el libro. Es la antítesis de literatura como la describen los señores esos mayores con barba. Pero bien es verdad que hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una lectura ligera, y bien es verdad igualmente que en cuanto lo terminé lo primero que hice fue entrar en Amazon para comprar el otro libro del autor. Y es que Charrette tiene la inaudita capacidad de hacer creíble (dentro de las limitaciones obvias que marca un mundo de Orcos y Elfos) esta realidad alternativa a tiro de piedra en la que los Estados Unidos se han fragmentado, la moneda de cambio es el nuyen y los hechiceros y los dragones copan los círculos de poder, y es que digo yo, donde esté un elfo que se quiten Botín y Florentino… ¿no?

Igualmente, el argumento no tiene mucho sentido explicarlo aquí: la cosa va de confabulaciones para derrocar a un gobierno, apoyadas por una corporación con intereses turbios y con dos hermanos, un Decker y un militar, que se arrejuntan años después de una forma un tanto original. Dicho así suena a cosa estúpida, y probablemente lo sea. Pero vamos, que lo que es yo… que me lo pasé como un enano, oiga.

jueves, 28 de mayo de 2009

The Big Sleep, Raymond Chandler

En ocasiones uno tropieza con una novela por mera casualidad, por un comentario esporádico de un buen amigo en cuyo gusto literario más o menos confiamos o por una reseña en un periódico. En otras ocasiones no es tanto la novela lo que descubrimos, sino el propio autor, lo cual es mucho más satisfactorio porque abre la puerta de par en par a un paraíso en forma de obra virgen por descubrir. Más o menos algo así me sucedió con Hornby, y este blog debiera ser prueba suficiente de la satisfacción que a ese descubrimiento concreto le debo.

Es menos habitual descubrir un género por casualidad. Pero lo cierto es que con esta novela de Chandler es esa sin lugar a duda es la forma más apropiada de describir mi experiencia. No se trata tanto de descubrir un autor con un estilo apasionante, o una novela como es el caso en la que el argumento da vueltas y vueltas atrapando al lector en una espiral que no le deja reposar el libro y sustituirlo por la almohada. Se trata sobre todo de descubrir la novela negra por primera vez, y de quedarse estupefacto ante el espectáculo de fuegos artificiales que conlleva. Vamos, que me han fichado en el mercado de primavera, futbolísticamente hablando.

En efecto, creo que este es el primer libro de novela negra propiamente dicha que he leído nunca. Novelas de detectives sí, en forma de Sherlock Holmes, y también thrillers de estos de Michael Crichton o Ken Follet de devorar en tumbona con la playa de fondo. Pero el ambiente asfixiante de esas películas de Bogart en blanco y negro, de esos gangsters imponentes que regentan casinos y de esos asesinatos a sangre fría con bloque de cemento incluido, a la sombra de un Buick negro y con perfume a tabaco, bourbon y gasolina… bien, en ese caso, palabras mayores, amigo.

El argumento de la novela básicamente consiste en que Philip Marlowe, un detective privado, es contratado para resolver una situación de chantaje en una familia adinerada. El chantaje resulta no ser tal, y aunque el caso podría dejarse por cerrado en las primera veinte páginas, Philip se da cuenta de que hay gato encerrado y de que hay que abrir la jaula. Evidentemente la madeja se enreda y enreda según el protagonista se va adentrando en el caso y según va recabando información de algunos personajes memorables como las dos hijas del contratante, una serie de gangsters a cual más peculiar o la impagable rubia platino. El caso se convierte en una serie de ellos que va resolviendo de forma paulatina, pero inevitablemente las hebras sueltas al tirar de ellas desembocan en nuevos ovillos hasta un final en el que, quizá de una forma precipitada, y este es el único pero que pongo a la novela, se resuelven uno a uno cual naipes retirados cuidadosamente del castillo.

Chandler nunca fue un escritor, y de hecho esta fue su primera novela, con cincuenta y tantos años. Aparte de darnos esperanzas a los que siempre hemos tenido ese gusanillo dentro, de forma material su falta de “experiencia” como escritor se refleja en una forma peculiar de escribir, seca y muy muy eficaz a la vez. Su estilo es ciertamente la quintaesencia de lo que uno esperaría de una película o novela negra, y sus diálogos, especialmente en boca de Marlowe, son impagables. El personaje en sí es una auténtica joya, duro pero noble, y con un peculiar código de honor que le busca innumerables problemas pero también le ayuda a resolverlos de una forma creíble y consecuente con el discurrir del relato. Los adjetivos son precisos, como equipo quirúrgico de hospital público pagado por todos. Los sustantivos, innumerables, americanos como ellos solos, y en muchos casos ligeramente inteligibles para el que no sea nativo, que obviamente es el caso. En cualquier caso, nunca fue necesario entender todas y cada una de las palabras de un párrafo para disfrutarlo, y las oportunidades para lo mismo aquí son infinitas.

Afortunadamente, me compré el libro en un volumen en el que vienen otras dos novelas de Chandler. Huelga decir que no me arrepiento, claro.

viernes, 22 de mayo de 2009

Paladin of Souls, Lois McMaster Bujold

Vamos a ver si escribimos reseñas de algunos libros que tengo atrasados, que ando bastante perezoso últimamente. Tras leer The Curse of Chalion, o mejor dicho, según lo estaba leyendo me di cuenta de que lecturitas ligeras como esa son un buen antibiótico contra la deprimente primavera Londinense (comparado con Marzo, Abril fue un mes terrible de lluvias, viento y demás productos de la tierra). Así que acudí a mi buen amigo Amazon y me compré la secuela, que no sólo fue finalista del Hugo, sino que lo ganó en la edición en la que se presentó. Si me pareció raro que el anterior ganase este antaño prestigioso galardón, lo de esta continuación es de juzgado de guardia. Los del Hugo para mí tienen menos credibilidad que Eurovisión, no digo más.

Paladin of Souls es como The Course of Chalion, pero en bastante peor. En lugar de apalancarse en personajes interesantes como los de la primera entrega, aquí de lo que se trata es de convertir a un personaje ciertamente pusilánime del primer libro (Ista, la madre de la Reina) en una especie de heroína con superpoderes. Lois, deja el peyote, no te sienta nada bien.

Algunos de los motivos por los que no me gustó este libro y por lo que no se lo recomiendo a nadie, ni siquiera a los muy fans de la temática de mandobles, como le mola a Albert que la defina:

- En lugar de intrigas políticas, que era donde estribaba buena parte del encanto de su predecesora, aquí la autora se tira por la vena mística religiosa, contándonos la historia de todos los dioses de la región, y en concreto un par de ellos que para más inri se les aparecen a los personajes principales cada quince páginas. Eso por no hablar de los milagros que comete aquí todo cristo, igual, cada quince páginas, pulsando CTRL+F2, vamos, que por momentos esto parece más un Evangelio del Nuevo Testamento que una novelilla de aventura épica. Lo dicho, las experiencias psicotrópicas están bien, pero en la intimidad, como el Catalán de Aznar.

- En línea con lo anterior, lo del peregrinaje de ermita en ermita que se marca la amiga Ista en la primera novela no tiene ni sentido, ni justificación, ni sal ni pimienta.

- La magia, que en el primer libro tenía un papel razonablemente discreto, aquí se nos va de las manos también. Muertos que resucitan, una posesión de demonio por cada tres cabalgatas, Santos que recogen energía mística y la lanzan como si de Son Gohanda se tratase, y demás excentricidades que convierten la historia en algo bizarro que pasa página a página por delante de los ojos del estupefacto lector sin dejar más huella que un ceño fruncido y una ligera pero intrascendente sensación de estar perdiendo el tiempo.

- La protagonista es muy sosa. Qué le vamos a hacer.

- Los malos de la peli son un poco de coña también. Unos pérfidos bárbaros que vienen desde tierras lejanas y que traen a una princesa que embruja en una noche al señor del castillo… un poquito de por favor. Las mil y una noches son mil y una, no mil y dos.

Vamos, que no merece la pena enrollarse mucho más. Sigan mi consejo y pierdan el tiempo con alguna otra cosa, que les cundirá más. Siempre y cuando no sea Twilight, claro J.

PD: hablando de vampiros. Lean/vean el libro/película Let The Right One in. La película en concreto es de lo mejorcito que aquí su humilde servidor ha visto en una temporada larga.