Esto va de los libros que leo, de los que me gustan y también de los que no.

jueves, 11 de junio de 2009

Robert N. Charrette – Just Compensation

Uno de los más gratos recuerdos que tengo en lo que refiere a disfrutar con un libro me hace remontarme a más de diez años atrás, cuando mis padres me regalaron en la feria del libro de Madrid el primer volumen de la trilogía Secretos del Poder, de Charrette: Nunca Pactes con un Dragón.

Pecadillos de juventud, no cabe duda. Aquél libro me hizo descubrir el mundo Shadowrun, que hasta aquel entonces para mí, pertinaz aspirante a freak de los de juegos de rol del estilo de D&D o Lord of he Rings, no era más que otro potencial universo fantástico por descubrir. Siempre había sido un fan de la ciencia ficción, probablemente como evolución lógica desde la saturación por la fantasía épica según vas cumpliendo años y también influenciada por ese, gran momento en el que tus padres te regalan un Spectrum, marcándote por siempre jamás. Pero si rebuscamos un poco en el baúl de los recuerdos lo cierto es que hasta entonces no había encontrado ningún libro de ciencia ficción con el que disfrutase de verdad de la buena, de la de hincharse a pipas saladas hasta que te escuecen los labios. Cierto, había devorado unos cuantos ejemplares de William Gibson, el gurú del Cyberpunk, y aunque el mundo que presentaba este señor era de lo más atrayente y sugestivo, la realidad es que su prosa me parecía en muchos casos más un brindis al estilo y al crítico que un regalo para el lector. Un plasta, vamos, en lenguaje llano del que se entiende. Después, con los años, me he dado cuenta de que cometí un craso error de juicio y de que buena parte de los libros que por aquel entonces me chiflaban del género no dejaban de ser banales, de estar mal escritos y de no sostenerse se cogiesen por donde se cogiesen. Y el señor Gibson, por otro lado, escribe muy bien, todo hay que decirlo.

Sin embargo, Nunca Pactes con un Dragón nunca me decepcionó, ni en su momento ni restrospectivamente. Quiero recordar que en su momento leí hasta tres veces esta primera novel a protagonizada por Sam Verner, en la que se presenta un futuro dominado por Corporaciones (la mítica Renraku Corporation) en el que los Estados como los conocemos ahora no existen, algunos humanos han mutado en pseudo especies como Elfos, Enanos y Orcos, y la magia y los dragones han vuelto para quedarse. En definitiva, se escenificaba en un tocho de quinientas páginas el universo Shadowrun al completo (un juego de rol de ciencia ficción basado en las premisas anteriormente citadas), dotando además a esta ambientación de una trama que te cogía y no te soltaba desde la primera página, zarandeándote incrédulo pero expectante ante un mundo de tecnología carente de credibilidad pero apasionante a la vez. Johny Mnemonic, la película, refleja razonablemente bien el mundo al que me refiero. Lástima que el argumento sea cutre como pocos.

No estoy chalado, aunque lo parezca: mi amigo Chus, una de las personas cuyo criterio en lo que refiere a libros más respeto, y que a día de hoy, como es funcionario y tiene tiempo libre, se dedica a leer libros de filosofía y sociología (Nietzche y demás cosas para valientes), opinaba en su día y opina ahora lo mismo que yo. De ahí mi excitación cuando navegando por la red descubrí que el total de novelas Shadowrun no fue tres, sino más de cuarenta, y que, además de la citada trilogía, el señor Charrette había escrito al menos otros dos ejemplares, Just Compensation uno de ellos.

Una de las bondades de vivir en Londres es que Amazon te cobra muy poquito por los gastos de envío, y en el mercado de segunda mano todo, absolutamente todo, está disponible por cuatro duros a tiro de clic. Un mercado de pulgas, vamos. Y así, en dos días, tuve entre mis manos un apéndice de uno de los tótems de mi adolescencia, con su papel amarillo y su tapa malucha de papel agrietada, como mandan los cánones.

Como no podía ser de otra forma, el libro es más de lo mismo. Y como no podía ser de otra forma, disfruté como un enano todas y cada una de sus páginas. The Matrix (entendida como una red de información), los Deckers, los orcos con su jerga (parece que todos mutaron en una aldea canija de Irlanda a la vez) y sus implantes, Elfos fascinantes, aceleradores de reflejos y nanotecnología que dotan de velocidad extraordinaria a Shadowrunners que, desde la clandestinidad, toman ventaja de los agujeros del sistema para sobrevivir o lucrarse, según las posibilidades de cada uno… hágase usted a la idea. Y claro, definitivamente, esto no es literatura, ni mucho menos.

Viendo la ilustración de la portada (me ahorro la descripción) eso ya lo sabe uno, no hace falta ni abrir el libro. Es la antítesis de literatura como la describen los señores esos mayores con barba. Pero bien es verdad que hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una lectura ligera, y bien es verdad igualmente que en cuanto lo terminé lo primero que hice fue entrar en Amazon para comprar el otro libro del autor. Y es que Charrette tiene la inaudita capacidad de hacer creíble (dentro de las limitaciones obvias que marca un mundo de Orcos y Elfos) esta realidad alternativa a tiro de piedra en la que los Estados Unidos se han fragmentado, la moneda de cambio es el nuyen y los hechiceros y los dragones copan los círculos de poder, y es que digo yo, donde esté un elfo que se quiten Botín y Florentino… ¿no?

Igualmente, el argumento no tiene mucho sentido explicarlo aquí: la cosa va de confabulaciones para derrocar a un gobierno, apoyadas por una corporación con intereses turbios y con dos hermanos, un Decker y un militar, que se arrejuntan años después de una forma un tanto original. Dicho así suena a cosa estúpida, y probablemente lo sea. Pero vamos, que lo que es yo… que me lo pasé como un enano, oiga.

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