Esto va de los libros que leo, de los que me gustan y también de los que no.

jueves, 28 de mayo de 2009

The Big Sleep, Raymond Chandler

En ocasiones uno tropieza con una novela por mera casualidad, por un comentario esporádico de un buen amigo en cuyo gusto literario más o menos confiamos o por una reseña en un periódico. En otras ocasiones no es tanto la novela lo que descubrimos, sino el propio autor, lo cual es mucho más satisfactorio porque abre la puerta de par en par a un paraíso en forma de obra virgen por descubrir. Más o menos algo así me sucedió con Hornby, y este blog debiera ser prueba suficiente de la satisfacción que a ese descubrimiento concreto le debo.

Es menos habitual descubrir un género por casualidad. Pero lo cierto es que con esta novela de Chandler es esa sin lugar a duda es la forma más apropiada de describir mi experiencia. No se trata tanto de descubrir un autor con un estilo apasionante, o una novela como es el caso en la que el argumento da vueltas y vueltas atrapando al lector en una espiral que no le deja reposar el libro y sustituirlo por la almohada. Se trata sobre todo de descubrir la novela negra por primera vez, y de quedarse estupefacto ante el espectáculo de fuegos artificiales que conlleva. Vamos, que me han fichado en el mercado de primavera, futbolísticamente hablando.

En efecto, creo que este es el primer libro de novela negra propiamente dicha que he leído nunca. Novelas de detectives sí, en forma de Sherlock Holmes, y también thrillers de estos de Michael Crichton o Ken Follet de devorar en tumbona con la playa de fondo. Pero el ambiente asfixiante de esas películas de Bogart en blanco y negro, de esos gangsters imponentes que regentan casinos y de esos asesinatos a sangre fría con bloque de cemento incluido, a la sombra de un Buick negro y con perfume a tabaco, bourbon y gasolina… bien, en ese caso, palabras mayores, amigo.

El argumento de la novela básicamente consiste en que Philip Marlowe, un detective privado, es contratado para resolver una situación de chantaje en una familia adinerada. El chantaje resulta no ser tal, y aunque el caso podría dejarse por cerrado en las primera veinte páginas, Philip se da cuenta de que hay gato encerrado y de que hay que abrir la jaula. Evidentemente la madeja se enreda y enreda según el protagonista se va adentrando en el caso y según va recabando información de algunos personajes memorables como las dos hijas del contratante, una serie de gangsters a cual más peculiar o la impagable rubia platino. El caso se convierte en una serie de ellos que va resolviendo de forma paulatina, pero inevitablemente las hebras sueltas al tirar de ellas desembocan en nuevos ovillos hasta un final en el que, quizá de una forma precipitada, y este es el único pero que pongo a la novela, se resuelven uno a uno cual naipes retirados cuidadosamente del castillo.

Chandler nunca fue un escritor, y de hecho esta fue su primera novela, con cincuenta y tantos años. Aparte de darnos esperanzas a los que siempre hemos tenido ese gusanillo dentro, de forma material su falta de “experiencia” como escritor se refleja en una forma peculiar de escribir, seca y muy muy eficaz a la vez. Su estilo es ciertamente la quintaesencia de lo que uno esperaría de una película o novela negra, y sus diálogos, especialmente en boca de Marlowe, son impagables. El personaje en sí es una auténtica joya, duro pero noble, y con un peculiar código de honor que le busca innumerables problemas pero también le ayuda a resolverlos de una forma creíble y consecuente con el discurrir del relato. Los adjetivos son precisos, como equipo quirúrgico de hospital público pagado por todos. Los sustantivos, innumerables, americanos como ellos solos, y en muchos casos ligeramente inteligibles para el que no sea nativo, que obviamente es el caso. En cualquier caso, nunca fue necesario entender todas y cada una de las palabras de un párrafo para disfrutarlo, y las oportunidades para lo mismo aquí son infinitas.

Afortunadamente, me compré el libro en un volumen en el que vienen otras dos novelas de Chandler. Huelga decir que no me arrepiento, claro.

viernes, 22 de mayo de 2009

Paladin of Souls, Lois McMaster Bujold

Vamos a ver si escribimos reseñas de algunos libros que tengo atrasados, que ando bastante perezoso últimamente. Tras leer The Curse of Chalion, o mejor dicho, según lo estaba leyendo me di cuenta de que lecturitas ligeras como esa son un buen antibiótico contra la deprimente primavera Londinense (comparado con Marzo, Abril fue un mes terrible de lluvias, viento y demás productos de la tierra). Así que acudí a mi buen amigo Amazon y me compré la secuela, que no sólo fue finalista del Hugo, sino que lo ganó en la edición en la que se presentó. Si me pareció raro que el anterior ganase este antaño prestigioso galardón, lo de esta continuación es de juzgado de guardia. Los del Hugo para mí tienen menos credibilidad que Eurovisión, no digo más.

Paladin of Souls es como The Course of Chalion, pero en bastante peor. En lugar de apalancarse en personajes interesantes como los de la primera entrega, aquí de lo que se trata es de convertir a un personaje ciertamente pusilánime del primer libro (Ista, la madre de la Reina) en una especie de heroína con superpoderes. Lois, deja el peyote, no te sienta nada bien.

Algunos de los motivos por los que no me gustó este libro y por lo que no se lo recomiendo a nadie, ni siquiera a los muy fans de la temática de mandobles, como le mola a Albert que la defina:

- En lugar de intrigas políticas, que era donde estribaba buena parte del encanto de su predecesora, aquí la autora se tira por la vena mística religiosa, contándonos la historia de todos los dioses de la región, y en concreto un par de ellos que para más inri se les aparecen a los personajes principales cada quince páginas. Eso por no hablar de los milagros que comete aquí todo cristo, igual, cada quince páginas, pulsando CTRL+F2, vamos, que por momentos esto parece más un Evangelio del Nuevo Testamento que una novelilla de aventura épica. Lo dicho, las experiencias psicotrópicas están bien, pero en la intimidad, como el Catalán de Aznar.

- En línea con lo anterior, lo del peregrinaje de ermita en ermita que se marca la amiga Ista en la primera novela no tiene ni sentido, ni justificación, ni sal ni pimienta.

- La magia, que en el primer libro tenía un papel razonablemente discreto, aquí se nos va de las manos también. Muertos que resucitan, una posesión de demonio por cada tres cabalgatas, Santos que recogen energía mística y la lanzan como si de Son Gohanda se tratase, y demás excentricidades que convierten la historia en algo bizarro que pasa página a página por delante de los ojos del estupefacto lector sin dejar más huella que un ceño fruncido y una ligera pero intrascendente sensación de estar perdiendo el tiempo.

- La protagonista es muy sosa. Qué le vamos a hacer.

- Los malos de la peli son un poco de coña también. Unos pérfidos bárbaros que vienen desde tierras lejanas y que traen a una princesa que embruja en una noche al señor del castillo… un poquito de por favor. Las mil y una noches son mil y una, no mil y dos.

Vamos, que no merece la pena enrollarse mucho más. Sigan mi consejo y pierdan el tiempo con alguna otra cosa, que les cundirá más. Siempre y cuando no sea Twilight, claro J.

PD: hablando de vampiros. Lean/vean el libro/película Let The Right One in. La película en concreto es de lo mejorcito que aquí su humilde servidor ha visto en una temporada larga.

jueves, 7 de mayo de 2009

The Curse of Chalion, Lois McMaster Bujold

Siempre, desde muy canijo, he sentido especial predilección por la novela fantástica en sus dos vertientes más habituales: la ciencia ficción y la fantasía épica. Si bien la ciencia ficción es como los buenos vinos y se degusta habitualmente mejor con la edad, lo cierto es que no sucede en muchos casos lo mismo con nuestros amigos los elfos, enanos y goblins de turno. Muchas veces según uno cumple años se empieza a plantear si realmente sigue disfrutando de estos libros, con obvias excepciones, por supuesto, ya que cualquier persona disfruta con el Señor de los Anillos, aun cuando probablemente un chaval a día de hoy prefiera entretenerse con la adaptación de Peter Jackson (magnifica, por otro lado) en lugar de enfrentarse a los tres mamotretos de la estantería del abuelo. Ellos se lo pierden, claro.

Como decía, de canijo devoraba prácticamente en exclusiva este tipo de libros: Dragonlances en sus infinitas iteraciones, Ruedas del Tiempo, Melniboné, Puertas del Caos o de la Muerte, Elfos Oscuros… así, estanterías y estanterías (no exagero) en mi dormitorio. Con la edad, uno se da cuenta de que no es oro todo lo que parece, y que en el fondo, si somos pragmáticos, bien se podría interpretar que hemos perdido muchas horas de nuestra vida leyendo pasquines totalmente pueriles y de muy baja calidad. Otra cosa es que el pragmatismo y la tristeza suelan ir asociados, y que como muy bien sabe cualquiera con dos dedos de frente el camino se hace al andar, y si se disfruta caminando se disfruta llegando. El que quiera pasarse su vida leyendo sólo libros sobre como arreglar el mundo, o su empresa, o su portátil o su coche, allá él. Le respeto, pero no le entiendo.

Divagaciones de jueves aparte, el caso es que hace cosa de mes y medio The Curse of Chalion cayó en mis manos. Lo último que había leído de esta temática de castillos y mandobles había sido Canción de Fuego y Hielo, una serie de novelas de George RR Martin que recomiendo encarecidamente a cualquiera, le guste este tipo de literatura o no. De eso hace tiempo ya, porque el señor Martin es un perezoso y no acaba de terminar el quinto libro de la serie, y hasta entonces no me había animado a retomar travesuras de juventud. The Curse of Chalion tenía buenas críticas, fue finalista del premio Hugo y ciertamente tenía una descripción en contraportada de lo más sugerente, así que me dije: ¿por qué no? No sólo de Hornby vive el hombre, al fin y al cabo.

El libro no es una obra maestra, no nos llevemos a engaño, si bien se deja leer. Se trata de una pseudo adaptación de la historia de Castilla y Aragón cuando Isabel y Fernando (Iselle y Bergon aquí) eran jóvenes, salpicándolo con una pizca de magia, otra de perejil y mucho trote de caballos de un lado para otro. No nos engañemos, el contexto histórico no es más que una escusa de la autora para no sentirse culpable por haber estudiado un Master de Historia de España durante dos años, que me imagino que pagarían sus padres… en cualquier caso, el encanto del libro radica en el personaje principal, Cazaril, un lisiado que sirve de mentor a la joven princesa y que es poco más o menos como Mc Gyver, arregla todo lo que le cae en las manos. El personaje es entrañable y la autora hace trampas para que te encariñes con él, como marcan los cánones del género.

Repitiéndome cual cabeza de ajo: a pesar de no ser ninguna joya, ni de tener un estilo magnífico, ni unos personajes inolvidables, ni nada de nada, el libro se disfruta bastante en casi la totalidad de sus páginas, y la lectura me resultó ciertamente amena. La autora tiene el suficiente sentido común como para no abrumarnos con magia o espada, y en su lugar se concentra mucho más en las intrigas y política de palacio, componiendo así un relato mucho más cercano al lector de lo que en un principio hubiera podido pensarse, no tanto porque uno esté acostumbrado a mandar, que no es el caso, sino porque pasiones (que no pecados) como la avaricia, la lujuria o el ansia de poder son universales y, de una forma u otra, están presentes en el día a día de todo hijo del vecino.

Otro elemento interesante de la novela es la base teología que se inventa la autora para este alter-ego de nuestra querida España. Aunque los dioses no intervengan de forma particularmente significativa en el discurrir del relato, siempre están presentes y en ocasiones interpretar un determinado pasaje o capítulo conforme a su participación en el mismo puede dar lugar a interpretaciones distintas del relato. No tiene mucho sentido divagar sobre las mismas aquí, pero si alguien se anima con el libro, le invito a prestar atención a este aspecto.

Y poco más. Finalista del Hugo… bien, digamos que aquel año no se debió presentar gran cosa, si no no me lo acabo de explicar. Y por lo demás, un saludable soplo de aire fresco en forma de entretenimiento gratuito porque sí, L’oreal.