Siempre, desde muy canijo, he sentido especial predilección por la novela fantástica en sus dos vertientes más habituales: la ciencia ficción y la fantasía épica. Si bien la ciencia ficción es como los buenos vinos y se degusta habitualmente mejor con la edad, lo cierto es que no sucede en muchos casos lo mismo con nuestros amigos los elfos, enanos y goblins de turno. Muchas veces según uno cumple años se empieza a plantear si realmente sigue disfrutando de estos libros, con obvias excepciones, por supuesto, ya que cualquier persona disfruta con el Señor de los Anillos, aun cuando probablemente un chaval a día de hoy prefiera entretenerse con la adaptación de Peter Jackson (magnifica, por otro lado) en lugar de enfrentarse a los tres mamotretos de la estantería del abuelo. Ellos se lo pierden, claro.
Como decía, de canijo devoraba prácticamente en exclusiva este tipo de libros: Dragonlances en sus infinitas iteraciones, Ruedas del Tiempo, Melniboné, Puertas del Caos o de la Muerte, Elfos Oscuros… así, estanterías y estanterías (no exagero) en mi dormitorio. Con la edad, uno se da cuenta de que no es oro todo lo que parece, y que en el fondo, si somos pragmáticos, bien se podría interpretar que hemos perdido muchas horas de nuestra vida leyendo pasquines totalmente pueriles y de muy baja calidad. Otra cosa es que el pragmatismo y la tristeza suelan ir asociados, y que como muy bien sabe cualquiera con dos dedos de frente el camino se hace al andar, y si se disfruta caminando se disfruta llegando. El que quiera pasarse su vida leyendo sólo libros sobre como arreglar el mundo, o su empresa, o su portátil o su coche, allá él. Le respeto, pero no le entiendo.
Divagaciones de jueves aparte, el caso es que hace cosa de mes y medio The Curse of Chalion cayó en mis manos. Lo último que había leído de esta temática de castillos y mandobles había sido Canción de Fuego y Hielo, una serie de novelas de George RR Martin que recomiendo encarecidamente a cualquiera, le guste este tipo de literatura o no. De eso hace tiempo ya, porque el señor Martin es un perezoso y no acaba de terminar el quinto libro de la serie, y hasta entonces no me había animado a retomar travesuras de juventud. The Curse of Chalion tenía buenas críticas, fue finalista del premio Hugo y ciertamente tenía una descripción en contraportada de lo más sugerente, así que me dije: ¿por qué no? No sólo de Hornby vive el hombre, al fin y al cabo.
El libro no es una obra maestra, no nos llevemos a engaño, si bien se deja leer. Se trata de una pseudo adaptación de la historia de Castilla y Aragón cuando Isabel y Fernando (Iselle y Bergon aquí) eran jóvenes, salpicándolo con una pizca de magia, otra de perejil y mucho trote de caballos de un lado para otro. No nos engañemos, el contexto histórico no es más que una escusa de la autora para no sentirse culpable por haber estudiado un Master de Historia de España durante dos años, que me imagino que pagarían sus padres… en cualquier caso, el encanto del libro radica en el personaje principal, Cazaril, un lisiado que sirve de mentor a la joven princesa y que es poco más o menos como Mc Gyver, arregla todo lo que le cae en las manos. El personaje es entrañable y la autora hace trampas para que te encariñes con él, como marcan los cánones del género.
Repitiéndome cual cabeza de ajo: a pesar de no ser ninguna joya, ni de tener un estilo magnífico, ni unos personajes inolvidables, ni nada de nada, el libro se disfruta bastante en casi la totalidad de sus páginas, y la lectura me resultó ciertamente amena. La autora tiene el suficiente sentido común como para no abrumarnos con magia o espada, y en su lugar se concentra mucho más en las intrigas y política de palacio, componiendo así un relato mucho más cercano al lector de lo que en un principio hubiera podido pensarse, no tanto porque uno esté acostumbrado a mandar, que no es el caso, sino porque pasiones (que no pecados) como la avaricia, la lujuria o el ansia de poder son universales y, de una forma u otra, están presentes en el día a día de todo hijo del vecino.
Otro elemento interesante de la novela es la base teología que se inventa la autora para este alter-ego de nuestra querida España. Aunque los dioses no intervengan de forma particularmente significativa en el discurrir del relato, siempre están presentes y en ocasiones interpretar un determinado pasaje o capítulo conforme a su participación en el mismo puede dar lugar a interpretaciones distintas del relato. No tiene mucho sentido divagar sobre las mismas aquí, pero si alguien se anima con el libro, le invito a prestar atención a este aspecto.
Y poco más. Finalista del Hugo… bien, digamos que aquel año no se debió presentar gran cosa, si no no me lo acabo de explicar. Y por lo demás, un saludable soplo de aire fresco en forma de entretenimiento gratuito porque sí, L’oreal.
Hello world!
Hace 3 meses
1 comentario:
me ha encantado la definición de literatura de "castillos y mandobles" ;-D
se te echaba ya de menos!!!
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